jueves, 12 de diciembre de 2013

XIV Exaltación a Ntra. Sra. del Carmen Coronada











Tu y yo solos, ¿Recuerdas, mi Señora?
La tarde de un verano declinante
Entre dudas buscaba en tu semblante
La luz de esa mirada embriagadora.

¿Cómo negar mi miedo en esa hora?
¿Cómo acercar, aunque fuese un instante
Mi pabilo tembloso, titilante,
Donde luce la llama cegadora?

Si nada soy, ¿Cómo podría cantarte?
A ti que te cantaron los mejores
A ti, que te ofrecieron todo el arte

Como ofrendan las rosas sus olores
…Abriré el corazón para contarte
Señora, como pueda, mis amores.

Curia de la Provincia del Santo Ángel Custodio de los Carmelitas Descalzos. Prior y comunidad Carmelitana del convento de San José de Córdoba. Junta de Gobierno y hermanos de la Archicofradía de Nuestra Señora del Carmen Coronada y del Milagroso Niño Jesús de Praga. Dignísimas autoridades civiles. Miembros de la Agrupación de Cofradías. Cofrades, devotos todos de la Virgen del Carmen, y en definitiva,  sobre todas las cosas, hermanos míos en Cristo y en la Fe:

Me confieso agradecido y emocionado por las cariñosas palabras del presentador, el Muy Ilustre Señor José Juan Jiménez Güeto. Mi pastor, mi padre espiritual, mi hermano, mi amigo. Llevado por el afecto ha sobrevalorado sin duda mi capacidad, multiplicando los escasos méritos de este exaltador. Gracias, José Juan, por estar siempre ahí.

Me confieso igualmente abrumado por la enorme responsabilidad de exaltar a Nuestra Bendita Madre. Muy especialmente por hacerlo ante vosotros, hermanos de la Archicofradía, que transmitís a cuanto os rodea el intenso amor que sentís por la Virgen María. Sois vosotros, portadores de su escapulario, los que eleváis al cielo una oración continua con vuestra hermosa labor. Son vuestros corazones los que cada día exaltan a la Reina del Carmelo. Son vuestros hombros sobre los que descansa la enorme devoción cordobesa a la sin par Virgen del Carmen. Son vuestros ojos, permanentemente vueltos hacia la Santísima Madre de Dios, el espejo que refleja vuestra pasión.



I

Del mismo modo que la nube de Elías nació del mar tan pequeña como una mano, y creció hasta convertirse en un fértil diluvio que puso fin al hambre de Israel, así se ha extendido la devoción a la Inmaculada Madre de Dios del Carmelo por los confines de la tierra. ¿Quién no tiene en su círculo más cercano el bendito nombre? ¿Qué localidad no celebra de manera especial ese maravilloso día de julio, en el que la Virgen entregó a Simón Stock su escapulario? ¿Quién no siente, en estos días inciertos, y llenos de tribulaciones y miedos, el deseo inmediato de cobijarse bajo la amparadora capa blanca de la Virgen?

Esa intensa lluvia carmelita, de amor profundo a María, mediadora de todas las gracias y protectora de sus hijos, caló especialmente en la fértil tierra cordobesa, e hizo germinar la semilla de la devoción a la Virgen del Carmen. Por primera vez lo hiciera para los Descalzos, nada menos que San Juan de la Cruz, en la iglesia de San Roque. Y allí sería salvado milagrosamente de la caída de un muro por la Dulce Dama de la Capa Blanca. Todavía hoy, cuando el miércoles santo Jesús sale a las calles para perdonar la ofensa del siervo de Anás, -y con él a todos los que de una u otra manera le abofeteamos en la actualidad-, lo hace bajo el escudo estrellado del Carmelo.


De la Antigua Observancia, en Puerta Nueva se impregnó el Santo Sepulcro de su sello. En su recuerdo, reliquias de santos carmelitas salpican el Viernes Santo, entre incienso, cera y azahar, el frontal del magnífico palio del Desconsuelo.




En Santa Ana, las hijas espirituales de Teresa se arrodillan con humilde recogimiento cada día del Corpus Christi al paso de Su Divina Majestad. Es Dios mismo quien verdaderamente presente recorre las calles de Córdoba, deteniéndose en la hermosa portada, ante un bello altar presidido por la Madre del Carmen, que sus hijos de esta archicofradía preparan con esmero y alegría.

Y es, finalmente, en este convento de San José, en esta iglesia, puro barroco desbordante de belleza, y en su inmediato colegio, donde alcanza su cenit la inmensa devoción de la ciudad a su madre protectora. Es este templo el faro que irradia la luz del amor a la Virgen del Carmen.


Su cuesta se hace oración.
Su cancel puerto seguro
Donde amarra el corazón
Que anhela la redención
Navegando en mar oscuro.

De las perlas más hermosas
San Cayetano es joyero
Que custodia entre las rosas
Las más bellas dolorosas
Y al Cristo de los Toreros.

Entre estuco y yesería,
Un ángel señala al Cielo,
Y el que fuera oscuro día
Torna a luz y alegoría,
Emperatriz del Carmelo.

Córdoba te está esperando
Y reza con alegría:
¡Dios te salve, Madre mía!
Y las flores van brotando
Por donde pasas, María.




II

«De pie a tu derecha está la Reina, enjoyada con oro de Ofir».
¿No os parece escucharlo? ¿No resuena todavía en vuestros oídos, como lo hará siempre en nuestros corazones? Es el eco de miles de voces entonando el Salmo 44 en la Santa Iglesia Catedral, el dulce día de la coronación canónica. El poema nupcial, tan habitual de la gloriosa festividad de la Asunción de María, adquiere en este templo una dimensión extraordinaria. Es en esta casa donde entronca especialmente con el Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz, en el que se buscan dos amados, Dios y nuestra alma.  Es aquí donde está, en efecto, enjoyada como corresponde a su majestad, la verdadera reina de nuestros corazones.

De pie a tu derecha está la Reina, enjoyada con oro. Así reza, entre auríferos ángeles, la elegante filacteria de esa obra maestra de diseño y ejecución que ofrendasteis a la Madre, en el día en que Córdoba pregonó a los cuatro vientos su majestad. Y así se muestra a cada instante. Lejos de cómo la describiera Ramírez de Arellano, presa de unas rejas de madera, se nos descubre hoy María  desbordante de arte y de belleza. Arte y belleza que son caminos hacia Dios, en palabras del gran estudioso de Teresa y Juan de la Cruz, el inminente santo Juan Pablo II.


Camino hacia Dios es, por tanto, todo cuanto rodea a Nuestra Señora.  Camino histórico hacia Dios son sus elegantes hábitos antiguos, derroche de clasicismo, y  también lo es el estrenado para la coronación, fruto en gran parte de vuestras propias manos, y prodigio desbordante de hilos de oro. Camino blanco hacia Dios es su hermosa capa renacentista, que pregona a los cuatro vientos su carácter de cordobesa y carmelita. Camino de asombro hacia Dios es la rocalla de su palio, donde las aves del paraíso vuelan entre simbolismo de oro y sedas. Camino argénteo hacia Dios es la plata refulgente de su peana, que nos traslada a la mujer apocalíptica, vestida de sol, con la luna a sus pies, y coronada de estrellas. Camino directo hacia Dios son los ángeles tenantes que portan el bendito escapulario en las esquinas de su paso. Camino de ejemplo hacia Dios es la catequesis plástica de sus respiraderos, reflejo de la santidad fecunda del Carmelo.


Caminos hacia Dios, que vosotros, hijos del Carmen, habéis ofrendado a lo largo de los siglos a la Santísima Virgen. Con sacrificio, con alegría, con el inmenso amor con que un hijo ofrece a su madre un presente, y con el exquisito cuidado y delicadeza que merece todo lo relacionado con la Bendita Madre del Salvador.
Mas no sólo le disteis caminos visibles. Otros caminos intangibles hacia Dios, en forma de arte inmaterial, se han ofrecido a la sublime Reina del Carmen. Como la amorosa obra de mis antecesores en este  mismo atril, y la de tantos poetas que a lo largo del tiempo le cantaron. Religiosos y laicos que han volcado en unos folios su amor por la Virgen del Carmen.



 O como el ingente patrimonio musical que la archicofradía atesora, fruto de la entrega de prestigiosos compositores, que merece ser considerado entre lo más granado de la música procesional o religiosa de esta ciudad.

Comenzando, como no puede ser de otro modo, por el himno a la Virgen del Carmen, que reúne en una misma obra a dos maestros,  Bedmar y Salcedo. Sus armoniosos sones y delicada letra conforman una parte de la historia y tradición de la archicofradía, y refleja el apasionado amor de sus hermanos en cada nota.

O la marcha de Gámez Varo, “Coronación en San Cayetano”, capaz de aunar la corrección académica con el carácter alegre y triunfal del cortejo carmelita.

O la personalísima composición que, de nuevo, don Luis Bedmar, le compusiera para su coronación, en la que el prestigioso músico se ofrece en su máxima pureza.

O la obra dedicada por el maestro montoreño José Ramón Rico, que refleja fielmente los últimos tiempos de la hermandad, desde su renacer hasta la coronación, y transmite en cada nota la emoción contenida de sus hermanos.

 O el poema sinfónico “Regina Decor Carmeli”, una obra íntima, personal y diferente de Francisco Jesús Flores Matute en la que se entabla un armonioso y fluido diálogo entre Madre e hijo, con una recogida oración susurrada entre el triunfal tumulto de aclamaciones que la proclaman Reina.

O la composición emotiva y cercana de Rafael Wals Dantas, hermano de esta corporación, que recoge las miradas humedecidas de ancianas vecinas de Santa Marina al ver, de nuevo, pasar por su barrio a la Reina de sus corazones. Una pieza que nos muestra a la Virgen como Estrella de los Mares mediante una recreación de la salve marinera, y destaca su realeza a través de unos acordes de la Marcha Real.

Constituyen estas joyas del arte inmaterial, estos otros caminos que conducen hacia Dios por medio de la belleza, un ramo de preciosas flores musicales ofrendado a la Santísima Virgen del Carmen, del que los hermanos de la archicofradía pueden sentirse legítimamente orgullosos.


Pero hay más caminos hacia Dios en torno a la devoción a la Virgen del Carmen. Hay un camino especialmente hermoso. Especialmente necesario en estos tiempos. La joya invisible  de la extraordinaria presea que corona las sienes de la reina del Carmelo, y que sin embargo, está forjada por el oro de mejor ley: La intensa relación de la Archicofradía del Carmen con la Asociación Española Contra el Cáncer, colaborando a sufragar los gastos de los pisos que acogen a los familiares de los niños en tratamiento. La colaboración activa y participativa con el Banco de Alimentos. La ayuda al necesitado más lejano, como la empleada en el sostenimiento del Jardín del Ángel de la Guarda, la Escuelita del Niño Jesús de Praga, y su comedor infantil, en la provincia argentina de Tucumán. Y la más cercana y desconocida: La del hermano anónimo que necesita hoy ver tendida la mano amiga de su hermandad.
Ese camino hacia Dios, el de la práctica de la virtud teologal más hermosa y perdurable,  es el mejor oro que, como el del orífice pueblo bíblico de Ofir,  enjoya a la verdadera Reina que preside este templo y nuestras vidas. Es parte del oro que la Madre del Carmen dejará caer en la balanza cuando,  como sabéis mejor que nadie los hijos de Juan de la Cruz, al atardecer nos examinen en el Amor.


III




Mas, algo nos hace especiales a los cofrades. Algo nos diferencia especialmente de cualquier otra asociación pública de fieles de nuestra Iglesia. Rendimos culto a una imagen, como representación de Jesús y de su bendita Madre, pero lejos de guardárnosla para nosotros, llevamos a la calle ese culto, en pública protestación de fe, para con ello evangelizar la almas, conmoviendo a través de la belleza, del dolor pasionista, o de la dulzura maternal de las glorias, los corazones de cuantos la ven pasar.

En su rosario otoñal, la bendita Madre del Carmen se nos muestra especialmente íntima.  Conmovedora en su sublime hermosura. Consoladoramente cercana. Así quizás, la encontrara su primer pregonero. Su genuino exaltador, San Simón Stock, a quien le fue confiada la difusión de la más auténtica devoción carmelitana. La sagrada vestimenta que abría una nueva ayuda en el  camino de salvación que todo hombre recorre desde que nace.  Aquel hábito carmelita que se redujo con el tiempo y la costumbre hasta caber en la palma de la mano. Pequeño trozo de lienzo, el escapulario, que quedó prendido para siempre a la altura del corazón de todos los hijos del Carmelo.

Camina ese día entre rezos, humilde en su majestad, recogida entre avemarías, sin la excelsa arquitectura de su regio paso de palio. Sin la plenitud de la ofrenda luminosa de su candelería.  Sencillamente exornada. Camina con el Divino Salvador en sus brazos por la ciudad que ora entregada. Recordándonos, más quizás que nunca, su intercesión bienaventurada como abogada nuestra. Su labor corredentora como mediadora de la Divina Misericordia. El extraordinario regalo de su escapulario y su generosa promesa de salvación de las almas purgantes.


¡Qué diferente!, ¡pero también que innegablemente hermosa, es esta salida otoñal del rosario vespertino de la flor del Carmelo Coronada! ¡Qué distinto al glorioso día de julio, en el que la realeza y majestad de la Virgen del Carmen desborda la ciudad derramándose por sus calles, para  inundarlas de esperanza! El día en que toda España proclama su devoción por María. El día en que la rosa de los vientos, que señala siempre nuestro norte en ese mar incierto que es la vida, surca el océano de almas de su ciudad rendida. Ese día, en el que en este Monte Carmelo cordobés que es San Cayetano, se convierte en fecundo puerto del que parte la nave más hermosa. La que lleva como timonel a la Madre de dios.

“Si quieres poseer a Cristo, jamás lo busques sin la Cruz” dijo Juan,  el sublime doctor carmelita. Y Como siempre en cofradías, todo comenzará en la Cruz. En uno de los más bellos simbolismos de las hermandades, -del que los cofrades, quizás acostumbrados, somos menos conscientes-, siempre será la bendita Cruz la que guie nuestro camino. Siempre será el ejemplo de Jesús el que nos invitará a caminar. El que nos hará tomar nuestra particular cruz  y seguirlo. En este caso será la hermosa cruz alzada, de estilo rococó, cargada de rocallas, espejos y estrellas, la que guiará el glorioso cortejo que sale a las calles a proclamar la realeza de María, y a reconfortar cada rincón de la ciudad con su mensaje de salvación.

Cotitular de esta archicofradía, otra de las grandes devociones carmelitas, y por ello de las grandes devociones mundiales, estará representada en el guión. El estandarte del Milagroso Niño Jesús de Praga proclamará la necesidad de honrar a Jesús, y prometerá sin dobleces  el premio de su bendición.
Y Teresa de Jesús. La santa exigente, azote de la indolencia. La santa de la oración. La santa de la entrega en cuerpo y alma a Cristo. La santa emprendedora. La santa humilde que encontraba a Dios entre pucheros y fogones. La santa perseguida, acosada y denunciada por sus detractores. Teresa estará siempre cerca de Jesús y de María, y los acompañará, portada con cariño y devoción, elegantemente exornada y con un exquisito hábito, en su caminar por las calles de Córdoba.

Como recuerdo del extraordinario día de mayo de su ejemplar coronación, en el que la Catedral y las calles de la ciudad, se llenaron de devoción y amor a la Virgen del Carmen, un originalísimo guión alzado, con una bella imagen de la Virgen, plena de barroquismo, formará en el cortejo para orgullo legítimo de la cofradía.
Siglos antes de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción de María, ya las hermandades, junto a varias órdenes, hicieron suya esa bandera. Los hermanos de una cofradía han portado siempre con decisión y orgullo, estos símbolos de la pureza virginal de nuestra Madre. No uno sino dos, ostenta esta corporación. Elegante en su sencillez el antiguo. Hermoso y cargado de simbolismo el actual, en el que el medallón central representa a la Virgen entregando el escapulario a las ánimas del purgatorio.

Y sobre todas las cosas, Ella. La más dulce. La más hermosa. La más pura. Con Dios mismo hecho hombre, -hecho niño, divino infante-, en sus brazos. Primorosamente vestida, reinando sobre miles de fieles desde su regio y soberbio trono, catequesis hecha arte.
Sale la Reina Carmelita a una cuesta rebosante, como si de un Jueves Santo de plenitud se tratara. Recorrerá viejas calles que la recuerdan de siempre. Como su más preciada vecina. Hará brotar a su paso la oración, y las lágrimas de alegría de quienes por un tiempo aciago dejaron de verla. 

Quizás navegue su nave por el monumental recorrido junto a la torre albarrana y los esplendorosos jardines, buscando  la recoleta plaza de canto y cal, presidida por el imponente crucificado pétreo, y donde reina la gran devoción dolorosa. O quizás la barca de la fe ponga rumbo a la vieja Córdoba de barrio, de casas bajas de Piedra Escrita y Moriscos, o suntuosos patios palaciegos enrejados. Sea como fuere, buscará el Colodro, hogar de los primeros cordobeses que dieron con su sangre testimonio de su fe. Y Santa Marina, cuna de sus antiguos devotos. La parroquia y el barrio que tanto la quiere, y la espera luciendo sus mejores galas. Y pasará cerca del monumento dedicado    a un hijo enamorado de San Cayetano y del Carmen, que portaba el bendito escapulario, y una estampa del Caído, en Linares, el día en que Islero segó su vida.




Regresará de noche, en el momento en que más bello es un paso de palio. Cuando la fuerza de los costaleros ha sido domada en incontables levantás. Cuando la cera se muestra llorosa y cansada, y ha derramado sobre los candeleros su esencia de luz y fe, ofrendada a María. Cuando la corneta torna sus triunfales notas en suave melodía. Encarando, en penúltima chicotá, de nuevo la portada de San Cayetano. Muy despacio. Queriendo prolongar la gloria. Queriendo que no suene nunca la última orden de su Capataz.

En la noche de verano
Quien del cielo al paso franco
Fue la llave
Regresa a San Cayetano
En un palio argénteo y blanco
Hecho nave.

Ante el barrio que la aclama
Como Reina coronada
Más sublime
Por el Colodro derrama
La gracia de su mirada
Que redime.

Mecida con elegancia
Por los ángeles del cielo
En buena hora
Va derrochando fragancia
¡Bendita flor del Carmelo
Sanadora!

La bambalina acaricia
El varal de plata, y reza
Su elegía
Proclamando así la albricia:
¡Bendita sea tu pureza,
Madre mía!






Ahí quedó esta humilde chicotá
para Ntra. Sra. del Carmen.






A la memoria de mi padre, portador del escapulario, devoto de Jesús Caído y  Hermano de los Dolores, que me inscribió como hermano de la cofradía servita antes incluso de bautizarme, y  me llevó de la mano por vez primera, -él de nazareno, yo de esclavina-, a San Jacinto. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario