Tu y yo solos, ¿Recuerdas, mi Señora?
La tarde de un verano declinante
Entre dudas buscaba en tu semblante
La luz de esa mirada embriagadora.
¿Cómo negar mi miedo en esa hora?
¿Cómo acercar, aunque fuese un instante
Mi pabilo tembloso, titilante,
Donde luce la llama cegadora?
Si nada soy, ¿Cómo podría cantarte?
A ti que te cantaron los mejores
A ti, que te ofrecieron todo el arte
Como ofrendan las rosas sus olores
…Abriré el corazón para contarte
Señora, como pueda, mis amores.
Curia de la Provincia del Santo Ángel Custodio de los
Carmelitas Descalzos. Prior y comunidad Carmelitana del convento de San José de
Córdoba. Junta de Gobierno y hermanos de la Archicofradía de Nuestra Señora del
Carmen Coronada y del Milagroso Niño Jesús de Praga. Dignísimas autoridades
civiles. Miembros de la Agrupación de Cofradías. Cofrades, devotos todos de la
Virgen del Carmen, y en definitiva, sobre todas las cosas, hermanos míos en Cristo
y en la Fe:
Me confieso agradecido y emocionado por las cariñosas
palabras del presentador, el Muy Ilustre Señor José Juan Jiménez Güeto. Mi
pastor, mi padre espiritual, mi hermano, mi amigo. Llevado por el afecto ha
sobrevalorado sin duda mi capacidad, multiplicando los escasos méritos de este
exaltador. Gracias, José Juan, por estar siempre ahí.
Me confieso igualmente abrumado por la enorme responsabilidad
de exaltar a Nuestra Bendita Madre. Muy especialmente por hacerlo ante
vosotros, hermanos de la Archicofradía, que transmitís a cuanto os rodea el
intenso amor que sentís por la Virgen María. Sois vosotros, portadores de su
escapulario, los que eleváis al cielo una oración continua con vuestra hermosa
labor. Son vuestros corazones los que cada día exaltan a la Reina del Carmelo.
Son vuestros hombros sobre los que descansa la enorme devoción cordobesa a la sin
par Virgen del Carmen. Son vuestros ojos, permanentemente vueltos hacia la Santísima
Madre de Dios, el espejo que refleja vuestra pasión.
I
Del mismo modo que la nube de Elías nació del mar tan pequeña
como una mano, y creció hasta convertirse en un fértil diluvio que puso fin al
hambre de Israel, así se ha extendido la devoción a la Inmaculada Madre de Dios
del Carmelo por los confines de la tierra. ¿Quién no tiene en su círculo más
cercano el bendito nombre? ¿Qué localidad no celebra de manera especial ese
maravilloso día de julio, en el que la Virgen entregó a Simón Stock su
escapulario? ¿Quién no siente, en estos días inciertos, y llenos de
tribulaciones y miedos, el deseo inmediato de cobijarse bajo la amparadora capa
blanca de la Virgen?
Esa intensa lluvia carmelita, de amor profundo a María,
mediadora de todas las gracias y protectora de sus hijos, caló especialmente en
la fértil tierra cordobesa, e hizo germinar la semilla de la devoción a la
Virgen del Carmen. Por primera vez lo hiciera para los Descalzos, nada menos
que San Juan de la Cruz, en la iglesia de San Roque. Y allí sería salvado
milagrosamente de la caída de un muro por la Dulce Dama de la Capa Blanca. Todavía
hoy, cuando el miércoles santo Jesús sale a las calles para perdonar la ofensa
del siervo de Anás, -y con él a todos los que de una u otra manera le
abofeteamos en la actualidad-, lo hace bajo el escudo estrellado del Carmelo.
De la Antigua Observancia, en Puerta Nueva se impregnó el
Santo Sepulcro de su sello. En su recuerdo, reliquias de santos carmelitas
salpican el Viernes Santo, entre incienso, cera y azahar, el frontal del
magnífico palio del Desconsuelo.
En Santa Ana, las hijas espirituales de Teresa se arrodillan con
humilde recogimiento cada día del Corpus Christi al paso de Su Divina Majestad.
Es Dios mismo quien verdaderamente presente recorre las calles de Córdoba, deteniéndose
en la hermosa portada, ante un bello altar presidido por la Madre del Carmen,
que sus hijos de esta archicofradía preparan con esmero y alegría.
Y es, finalmente, en este convento de San José, en esta
iglesia, puro barroco desbordante de belleza, y en su inmediato colegio, donde
alcanza su cenit la inmensa devoción de la ciudad a su madre protectora. Es este
templo el faro que irradia la luz del amor a la Virgen del Carmen.
Su cuesta se hace oración.
Su cancel puerto seguro
Donde amarra el corazón
Que anhela la redención
Navegando en mar oscuro.
De las perlas más hermosas
San Cayetano es joyero
Que custodia entre las rosas
Las más bellas dolorosas
Y al Cristo de los Toreros.
Entre estuco y yesería,
Un ángel señala al Cielo,
Y el que fuera oscuro día
Torna a luz y alegoría,
Emperatriz del Carmelo.
Córdoba te está esperando
Y reza con alegría:
¡Dios te salve, Madre mía!
Y las flores van brotando
Por donde pasas, María.
II
«De pie a tu derecha está la Reina,
enjoyada con oro de Ofir».
¿No os parece
escucharlo? ¿No resuena todavía en vuestros oídos, como lo hará siempre en nuestros
corazones? Es el eco de miles de voces entonando el Salmo 44 en la Santa
Iglesia Catedral, el dulce día de la coronación canónica. El poema nupcial, tan
habitual de la gloriosa festividad de la Asunción de María, adquiere en este
templo una dimensión extraordinaria. Es en esta casa donde entronca
especialmente con el Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz, en el que se
buscan dos amados, Dios y nuestra alma. Es aquí donde está, en efecto, enjoyada como
corresponde a su majestad, la verdadera reina de nuestros corazones.
De pie a tu
derecha está la Reina, enjoyada con oro. Así reza, entre auríferos ángeles, la
elegante filacteria de esa obra maestra de diseño y ejecución que ofrendasteis
a la Madre, en el día en que Córdoba pregonó a los cuatro vientos su majestad.
Y así se muestra a cada instante. Lejos de cómo la describiera Ramírez de
Arellano, presa de unas rejas de madera, se nos descubre hoy María desbordante de arte y de belleza. Arte y belleza
que son caminos hacia Dios, en palabras del gran estudioso de Teresa y Juan de
la Cruz, el inminente santo Juan Pablo II.
Camino hacia
Dios es, por tanto, todo cuanto rodea a Nuestra Señora. Camino histórico hacia Dios son sus elegantes
hábitos antiguos, derroche de clasicismo, y también lo es el estrenado para la coronación,
fruto en gran parte de vuestras propias manos, y prodigio desbordante de hilos
de oro. Camino blanco hacia Dios es su hermosa capa renacentista, que pregona a
los cuatro vientos su carácter de cordobesa y carmelita. Camino de asombro
hacia Dios es la rocalla de su palio, donde las aves del paraíso vuelan entre simbolismo
de oro y sedas. Camino argénteo hacia Dios es la plata refulgente de su peana,
que nos traslada a la mujer apocalíptica, vestida de sol, con la luna a sus
pies, y coronada de estrellas. Camino directo hacia Dios son los ángeles
tenantes que portan el bendito escapulario en las esquinas de su paso. Camino
de ejemplo hacia Dios es la catequesis plástica de sus respiraderos, reflejo de
la santidad fecunda del Carmelo.
Caminos
hacia Dios, que vosotros, hijos del Carmen, habéis ofrendado a lo largo de los
siglos a la Santísima Virgen. Con sacrificio, con alegría, con el inmenso amor
con que un hijo ofrece a su madre un presente, y con el exquisito cuidado y
delicadeza que merece todo lo relacionado con la Bendita Madre del Salvador.
Mas no sólo
le disteis caminos visibles. Otros caminos intangibles hacia Dios, en forma de
arte inmaterial, se han ofrecido a la sublime Reina del Carmen. Como la amorosa
obra de mis antecesores en este mismo
atril, y la de tantos poetas que a lo largo del tiempo le cantaron. Religiosos
y laicos que han volcado en unos folios su amor por la Virgen del Carmen.
O como el ingente patrimonio musical que la
archicofradía atesora, fruto de la entrega de prestigiosos compositores, que
merece ser considerado entre lo más granado de la música procesional o
religiosa de esta ciudad.
Comenzando, como no puede ser de otro modo, por el himno a la Virgen del Carmen, que reúne en una misma obra a dos maestros, Bedmar y Salcedo. Sus armoniosos sones y delicada letra conforman una parte de la historia y tradición de la archicofradía, y refleja el apasionado amor de sus hermanos en cada nota.
O la marcha de Gámez Varo, “Coronación en San Cayetano”, capaz de aunar la corrección académica con el carácter alegre y triunfal del cortejo carmelita.
O la personalísima composición que, de nuevo, don Luis Bedmar, le compusiera para su coronación, en la que el prestigioso músico se ofrece en su máxima pureza.
O la obra dedicada por el maestro montoreño José Ramón Rico, que refleja fielmente los últimos tiempos de la hermandad, desde su renacer hasta la coronación, y transmite en cada nota la emoción contenida de sus hermanos.
O el poema sinfónico “Regina Decor Carmeli”, una obra íntima, personal y diferente de Francisco Jesús Flores Matute en la que se entabla un armonioso y fluido diálogo entre Madre e hijo, con una recogida oración susurrada entre el triunfal tumulto de aclamaciones que la proclaman Reina.
O la composición emotiva y cercana de Rafael Wals Dantas, hermano de esta corporación, que recoge las miradas humedecidas de ancianas vecinas de Santa Marina al ver, de nuevo, pasar por su barrio a la Reina de sus corazones. Una pieza que nos muestra a la Virgen como Estrella de los Mares mediante una recreación de la salve marinera, y destaca su realeza a través de unos acordes de la Marcha Real.
Constituyen estas joyas del arte inmaterial, estos otros caminos que conducen hacia Dios por medio de la belleza, un ramo de preciosas flores musicales ofrendado a la Santísima Virgen del Carmen, del que los hermanos de la archicofradía pueden sentirse legítimamente orgullosos.
Pero hay más caminos hacia Dios en torno a la devoción a la Virgen del Carmen. Hay un camino especialmente hermoso. Especialmente necesario en estos tiempos. La joya invisible de la extraordinaria presea que corona las sienes de la reina del Carmelo, y que sin embargo, está forjada por el oro de mejor ley: La intensa relación de la Archicofradía del Carmen con la Asociación Española Contra el Cáncer, colaborando a sufragar los gastos de los pisos que acogen a los familiares de los niños en tratamiento. La colaboración activa y participativa con el Banco de Alimentos. La ayuda al necesitado más lejano, como la empleada en el sostenimiento del Jardín del Ángel de la Guarda, la Escuelita del Niño Jesús de Praga, y su comedor infantil, en la provincia argentina de Tucumán. Y la más cercana y desconocida: La del hermano anónimo que necesita hoy ver tendida la mano amiga de su hermandad.
Ese camino
hacia Dios, el de la práctica de la virtud teologal más hermosa y
perdurable, es el mejor oro que, como el
del orífice pueblo bíblico de Ofir, enjoya a la verdadera Reina que preside este
templo y nuestras vidas. Es parte del oro que la Madre del Carmen dejará caer
en la balanza cuando, como sabéis mejor
que nadie los hijos de Juan de la Cruz, al atardecer nos examinen en el Amor.
III
Mas, algo
nos hace especiales a los cofrades. Algo nos diferencia especialmente de
cualquier otra asociación pública de fieles de nuestra Iglesia. Rendimos culto
a una imagen, como representación de Jesús y de su bendita Madre, pero lejos de
guardárnosla para nosotros, llevamos a la calle ese culto, en pública
protestación de fe, para con ello evangelizar la almas, conmoviendo a través de
la belleza, del dolor pasionista, o de la dulzura maternal de las glorias, los
corazones de cuantos la ven pasar.
En su
rosario otoñal, la bendita Madre del Carmen se nos muestra especialmente íntima. Conmovedora en su sublime hermosura.
Consoladoramente cercana. Así quizás, la encontrara su primer pregonero. Su
genuino exaltador, San Simón Stock, a quien le fue confiada la difusión de la
más auténtica devoción carmelitana. La sagrada vestimenta que abría una nueva
ayuda en el camino de salvación que todo
hombre recorre desde que nace. Aquel
hábito carmelita que se redujo con el tiempo y la costumbre hasta caber en la
palma de la mano. Pequeño trozo de lienzo, el escapulario, que quedó prendido
para siempre a la altura del corazón de todos los hijos del Carmelo.
Camina ese
día entre rezos, humilde en su majestad, recogida entre avemarías, sin la
excelsa arquitectura de su regio paso de palio. Sin la plenitud de la ofrenda
luminosa de su candelería. Sencillamente
exornada. Camina con el Divino Salvador en sus brazos por la ciudad que ora entregada.
Recordándonos, más quizás que nunca, su intercesión bienaventurada como abogada
nuestra. Su labor corredentora como mediadora de la Divina Misericordia. El
extraordinario regalo de su escapulario y su generosa promesa de salvación de
las almas purgantes.
¡Qué diferente!,
¡pero también que innegablemente hermosa, es esta salida otoñal del rosario
vespertino de la flor del Carmelo Coronada! ¡Qué distinto al glorioso día de
julio, en el que la realeza y majestad de la Virgen del Carmen desborda la
ciudad derramándose por sus calles, para
inundarlas de esperanza! El día en que toda España proclama su devoción
por María. El día en que la rosa de los vientos, que señala siempre nuestro
norte en ese mar incierto que es la vida, surca el océano de almas de su ciudad
rendida. Ese día, en el que en este Monte Carmelo cordobés que es San Cayetano,
se convierte en fecundo puerto del que parte la nave más hermosa. La que lleva
como timonel a la Madre de dios.
“Si quieres
poseer a Cristo, jamás lo busques sin la Cruz” dijo Juan, el sublime doctor carmelita. Y Como siempre
en cofradías, todo comenzará en la Cruz. En uno de los más bellos simbolismos
de las hermandades, -del que los cofrades, quizás acostumbrados, somos menos
conscientes-, siempre será la bendita Cruz la que guie nuestro camino. Siempre
será el ejemplo de Jesús el que nos invitará a caminar. El que nos hará tomar nuestra
particular cruz y seguirlo. En este caso
será la hermosa cruz alzada, de estilo rococó, cargada de rocallas, espejos y
estrellas, la que guiará el glorioso cortejo que sale a las calles a proclamar
la realeza de María, y a reconfortar cada rincón de la ciudad con su mensaje de
salvación.
Cotitular de
esta archicofradía, otra de las grandes devociones carmelitas, y por ello de
las grandes devociones mundiales, estará representada en el guión. El
estandarte del Milagroso Niño Jesús de Praga proclamará la necesidad de honrar
a Jesús, y prometerá sin dobleces el
premio de su bendición.
Y Teresa de
Jesús. La santa exigente, azote de la indolencia. La santa de la oración. La
santa de la entrega en cuerpo y alma a Cristo. La santa emprendedora. La santa humilde
que encontraba a Dios entre pucheros y fogones. La santa perseguida, acosada y
denunciada por sus detractores. Teresa estará siempre cerca de Jesús y de
María, y los acompañará, portada con cariño y devoción, elegantemente exornada
y con un exquisito hábito, en su caminar por las calles de Córdoba.
Como
recuerdo del extraordinario día de mayo de su ejemplar coronación, en el que la
Catedral y las calles de la ciudad, se llenaron de devoción y amor a la Virgen
del Carmen, un originalísimo guión alzado, con una bella imagen de la Virgen, plena
de barroquismo, formará en el cortejo para orgullo legítimo de la cofradía.
Siglos antes
de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción de María, ya las hermandades,
junto a varias órdenes, hicieron suya esa bandera. Los hermanos de una cofradía
han portado siempre con decisión y orgullo, estos símbolos de la pureza
virginal de nuestra Madre. No uno sino dos, ostenta esta corporación. Elegante
en su sencillez el antiguo. Hermoso y cargado de simbolismo el actual, en el
que el medallón central representa a la Virgen entregando el escapulario a las
ánimas del purgatorio.
Y sobre
todas las cosas, Ella. La más dulce. La más hermosa. La más pura. Con Dios
mismo hecho hombre, -hecho niño, divino infante-, en sus brazos. Primorosamente
vestida, reinando sobre miles de fieles desde su regio y soberbio trono,
catequesis hecha arte.
Sale la
Reina Carmelita a una cuesta rebosante, como si de un Jueves Santo de plenitud
se tratara. Recorrerá viejas calles que la recuerdan de siempre. Como su más
preciada vecina. Hará brotar a su paso la oración, y las lágrimas de alegría de
quienes por un tiempo aciago dejaron de verla.
Quizás
navegue su nave por el monumental recorrido junto a la torre albarrana y los esplendorosos
jardines, buscando la recoleta plaza de
canto y cal, presidida por el imponente crucificado pétreo, y donde reina la
gran devoción dolorosa. O quizás la barca de la fe ponga rumbo a la vieja
Córdoba de barrio, de casas bajas de Piedra Escrita y Moriscos, o suntuosos
patios palaciegos enrejados. Sea como fuere, buscará el Colodro, hogar de los
primeros cordobeses que dieron con su sangre testimonio de su fe. Y Santa
Marina, cuna de sus antiguos devotos. La parroquia y el barrio que tanto la
quiere, y la espera luciendo sus mejores galas. Y pasará cerca del monumento
dedicado a un hijo enamorado de San Cayetano y del
Carmen, que portaba el bendito escapulario, y una estampa del Caído, en Linares,
el día en que Islero segó su vida.
Regresará de
noche, en el momento en que más bello es un paso de palio. Cuando la fuerza de
los costaleros ha sido domada en incontables levantás. Cuando la cera se muestra llorosa y cansada, y ha
derramado sobre los candeleros su esencia de luz y fe, ofrendada a María.
Cuando la corneta torna sus triunfales notas en suave melodía. Encarando, en
penúltima chicotá, de nuevo la portada de San Cayetano. Muy despacio. Queriendo
prolongar la gloria. Queriendo que no suene nunca la última orden de su
Capataz.
En la
noche de verano
Quien del
cielo al paso franco
Fue la llave
Regresa a
San Cayetano
En un
palio argénteo y blanco
Hecho
nave.
Ante el
barrio que la aclama
Como Reina
coronada
Más
sublime
Por el
Colodro derrama
La gracia
de su mirada
Que
redime.
Mecida con
elegancia
Por los
ángeles del cielo
En buena
hora
Va
derrochando fragancia
¡Bendita
flor del Carmelo
Sanadora!
La
bambalina acaricia
El varal
de plata, y reza
Su elegía
Proclamando
así la albricia:
¡Bendita
sea tu pureza,
Ahí quedó esta humilde chicotá
para Ntra. Sra. del Carmen.
A la memoria de mi padre, portador del
escapulario, devoto de Jesús Caído y
Hermano de los Dolores, que me inscribió como hermano de la cofradía
servita antes incluso de bautizarme, y
me llevó de la mano por vez primera, -él de nazareno, yo de esclavina-, a
San Jacinto.
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