ANECDOTARIO ILUSTRADO
Los cofrades celebramos a mayor gloria de Dios y de su Bendita Madre
la Virgen María actos de culto como quinarios, triduos, septenarios, novenas,
funciones principales, besamanos, besapiés, fiestas de regla o de fundación, y
lo hacemos mediante la Eucaristía,
escuchando la palabra de Dios y meditando sobre la misma, y exornando
artísticamente el altar donde ubicamos a nuestros titulares.
Asistimos en
los últimos tiempos a un cierto renacer en el arte del montaje de altares de
culto por parte de los priostes de nuestras cofradías. Si bien todavía en
algunos templos el prioste sigue encontrándose con la incomprensión del
párroco, rector o superior, que generalmente no es cofrade ni comprende el por
qué de la parafernalia que rodea estos actos, no es menos cierto que
últimamente hemos podido disfrutar de grandes altares, como los siempre
magníficos que acostumbra a montar la hermandad del Sepulcro, los elegantes del
Calvario y la Expiración, los tenebristas y simbólicos del Remedio de Ánimas, o
el extraordinario que la hermandad de las Angustias instaló por el aniversario
de su coronación canónica.
Sin embargo, como indicamos, se trata de un renacer
tras un periodo de oscuridad que el movimiento cofrade vivió derivado
probablemente de una errónea interpretación de los preceptos y consejos
emanados tras el concilio Vaticano II. Conviene recordar que antes de la
reforma litúrgica conciliar, el celebrante se situaba de espaldas a los fieles,
ante el altar que la cofradía había montado, y no se celebraba eucaristía por
las tardes, sino sólo por la mañana, con un ayuno que se guardaba desde la
noche anterior. Los cultos vespertinos
constaban de exposición y reserva del santísimo, rezo del rosario, lectura y
sermón, totalmente separados de la misa de la mañana. Para fomentar la piadosa
asistencia a estos actos las cofradías, además de engalanar especialmente el
altar, invitaban a los oradores sagrados más reconocidos.
Tras el concilio, ya integrados los cultos cofrades
en una de las misas de la tarde del templo, era frecuente encontrar la imagen
objeto de culto situada en un lateral de escasa visibilidad, flanqueada por dos
o cuatro cirios y un centro floral. Hoy, superada esa etapa, es cada vez mayor
el número de cofradías que consiguen el plácet del templo para instalar sus
montajes en el altar mayor, y lo completan con la ofrenda simbólica de numerosos
candeleros de cera pura, flor artísticamente dispuesta, doseles que destacan la
imagen titular, y a veces, como recuerdo de los viejos altares “ad orientem”,
sacras, relicarios, credencias y demandas.
En la época de posguerra, fruto quizás del resurgir
de nuevas cofradías, los altares de culto alcanzaron una suntuosidad
notablemente superior al posterior periodo postconciliar. Bien es cierto que con
algunas circunstancias que resultarían hoy en día extrañas e improcedentes,
como el uso de grandes reflectores, o la
iluminación eléctrica mezclada con la luz de cera, pero, en definitiva, grandes
y cuidados altares, aun con la escasez generalizada en España en ese momento.
Así, el catálogo de la exposición de fotografías y carteles de la Semana santa
celebrada por la Agrupación con motivo de su cincuentenario, nos regala viejas
fotos en sepia de magníficos altares de la Caridad (que hoy en día no realiza
ningún montaje especial en sus cultos aparte del besapiés), Las Angustias en
San Agustín, la Nazarena en San Lorenzo, a cargo del Calvario, el Caído, e incluso
el modesto Cristo del Amor (1)
Archivo de la Hdad. de la Misericordia. Fotografia tomada de www.silencioblanco.org |
Precisamente una de las cofradías recién nacidas en
ese momento, la de la Misericordia, se caracterizaba entonces por un cuidado
especial en los cultos. Tanto en la magnificencia de su montaje como en la
elección del orador sagrado y en la debida promoción del evento. Del reciente
(y más que recomendable) libro de su Cronista D. Antonio Varo Pineda (2) extractamos
una curiosa anécdota relativa a los cultos de 1941.
Los cultos de la jovencísima cofradía eran ya
seguidos con interés por toda Córdoba, ya que cada año se superaban en cuanto a
suntuosidad estética y profundidad devocional. Conocedores de ello, los
cofrades llevaban seis días preparando lo que iba a ser el mayor altar de
cultos de que se tuviera noticia hasta la fecha, compuesto, según el libro de
memorias de la cofradía por …un conjunto de cirios y faroles con
iluminación eléctrica, en número de trescientos, agrupados a manera de pirámide
[…] De fondo un dosel de damasco rojo de doce metros de altura coronado por
bambalina y fleco de oro. (3)
Sin embargo, dos días antes del inicio del quinario,
se notificó al hermano mayor que el templo de San Pedro presentaba problemas
estructurales en su bóveda, por lo que se debía clausurar esa zona hasta su
reparación. Con gran agilidad fruto de una cierta desesperación, a las siete de
la tarde consiguieron la cesión de la Real Iglesia de San Pablo para celebrar
su quinario, y en un par de días, aceleradamente, desmontaron lo hecho en la
hoy basílica y reprodujeron en el templo claretiano el montaje antes descrito
que en San Pedro les había costado seis jornadas. El pueblo de Córdoba
respondió al gran esfuerzo y a la devoción de los hermanos de la Misericordia llenando
al completo, según las crónicas de la época, el gran templo fernandino de San
Pablo.
La segunda anécdota, velada por la primera, nos la
desvela el propio Antonio Varo en su libro. La gran bambalina que llamó la
atención de los espectadores y puede apreciarse en las fotos, había sido
pintada por Díaz Peno sobre una pieza de tejido rojo, y el “fleco de oro” que
reseñaba la memoria era en realidad… macarrones pintados con purpurina.
______________
(1) Exposición de fotografías y
carteles de la Semana Santa. (1994) Agrupación de Cofradías.
(2) VARO
PINEDA, A (2012). Nazarenos Blancos (Dos etapas en la historia
de la hermandad de la Misericordia).
Córdoba. Hermandad de la Misericordia.
(3) Libro de memorias. Hermandad de la
Misericordia.
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